Por Blanca Pilar Júdez Aznárez
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9 de noviembre de 2024
Planteémonos ahora una reflexión profunda sobre tres conceptos que, aunque a menudo se confunden, son fundamentales para construir una vida con sentido existencial. CONFIANZA, ESPERANZA Y FE - CUALIDADES DEL CORAZÓN La Confianza: La fuerza que anima En este contexto, se introduce la idea de la confianza como una fuerza esencial que nos impulsa a tomar decisiones arriesgadas para vivir de manera plena y coherente con nuestra esencia. La confianza es una apuesta vital que proviene del corazón. Podemos observar cómo desplegamos la confianza en decisiones cotidianas. Por ejemplo, si pido un préstamo al banco estoy haciéndolo desde la confianza de que voy a poder pagarlo; confiamos en que no sucederán determinados cambios; confiamos en que las personas que queremos seguirán a nuestro lado mañana; confiamos en que mañana seguiré abriendo los ojos y viendo; confiamos en que después de esta exhalación vendrá la siguiente inhalación... y así con un montón de sucesos que, inconsciente o conscientemente, confiamos en que sucederán o no sucederán. ¿Qué ocurre cuando tomamos decisiones que puedan poner en riesgo alguna de estas ideas basadas en la falsa seguridad? En ocasiones las decisiones que la vida nos propone tomar, nos sacan de la famosa " zona de confort " y perdemos la confianza en que lograremos el avance necesario gracias a nuestras capacidades actuales y también gracias a capacidades que desplegaremos durante el proceso. Cuando confiamos en nosotras mismas, estamos reconociendo nuestra capacidad para adaptarnos, para cometer errores y para aprender de ellos. La confianza es una cualidad trascendente que proviene del corazón, de la esencia, del ser. Y, como bien habrás experimentado, en ocasiones el corazón tiene razones que la razón no entiende y necesitamos expandir la confianza para dejarnos llevar. Esperanza: La luz que guía La esperanza es la capacidad del corazón de esperar que suceda aquello en lo que hemos depositado nuestra confianza. Es un faro que mantiene a flote la tenacidad y perseverancia, esquivando el control y la expectativa, para que sigamos adelante en el camino elegido. Es importante tener presente que la esperanza sin confianza puede convertirse en un obstáculo. Si nos aferramos demasiado a la idea de que las cosas deben suceder de una manera específica, caemos en el terreno de la expectativa. ¿Cuántas veces he querido llegar a algún objetivo y he llegado con desgaste y no ha sido el lugar de tranquilidad que esperaba? Cuando es así, nos hemos identificado con el ego: cuerpo mental: la idea de que lo que imagina, anticipa y proyecta la mente es el único camino y destino. cuerpo físico: hemos creído que el éxito se consigue gracias al ingente esfuerzo físico, sufriendo y empujando. cuerpo emocional: nos hemos dejado llevar hacia la represión o, en el polo opuesto, el volcán emocional, sin consciencia. Así vivimos en el camino de “sufrir para aprender”. Para vivir en el camino de la sabiduría y el amor, en donde aprendemos fluyendo, la esperanza es un objetivo adaptable. La Fe: La certeza que acompaña El concepto de fe ha sido históricamente asociado con creencias religiosas, dogmas inquebrantables que deben ser aceptados sin cuestionar. Sin embargo, podemos recurrir a la experiencia de ir a una notaría para conseguir un documento que da fe de que, por ejemplo, el piso que voy a comprar existe en un lugar concreto. Confiamos en que la persona profesional que acredita esta información lo hace desde la certeza y la experiencia y no nos valdría que nos dijeran que, aunque no lo vemos, está ahí. Esto nos lleva a la conclusión de que la fe es una certeza que pasa por la experiencia de nuestros sentidos. En ocasiones necesitamos depositar fe ciega en algo para avanzar hacia algún territorio, interno o externo, sin saber si lo que estamos creyendo será verdad o no, porque aún no lo hemos experimentado con nuestros propios sentidos. Esta fe ciega en alguien que ha caminado un camino que es desconocido para mi y que me guía, puede ser necesaria e importante durante un espacio determinado en la vida. Aunque, antes o después, para construir fe (y no fe ciega) en ese camino, en aquella persona, o en una misma, tendré que comprobar que para mi también es válido y real. Y si no consigo verificar a través de mi propia experiencia, lo inteligente es dejar de seguir esa quimera a través de la fe ciega, antes o después. De esta manera, la fe se redefine como algo mucho más personal y experiencial. La fe no es simplemente aceptar lo que otras personas nos dicen, sino creer en algo o alguien con la convicción en lo que hemos experimentado y verificado previamente. Esta fe se construye a través de la experiencia directa. Desde esta perspectiva, la fe, entonces, no es ciega; es una certeza fundamentada en nuestra propia vivencia. Desplegar la fe es importantísimo para construir una vida plena. Necesitamos fe en nuestras capacidades, fe y certeza en que iremos desplegando aquello que necesitemos para vivir en plenitud, fe en una inteligencia natural, superior, universal a la que tenemos acceso, fe en nosotras mismas. Porque sin esta fe, nos resultará más difícil o, en ocasiones, imposible, atravesar los desafíos de la vida que nos hacen crecer, aprender y desplegarnos. Conclusión: Confianza, esperanza y fe En resumen, la confianza, la esperanza y la fe son tres pilares fundamentales que debemos aprender a integrar en nuestra vida diaria. Cada uno de estos conceptos juega un papel crucial en cómo nos enfrentamos al mundo y a nuestras experiencias. La fe no es ciega, sino fruto de nuestra propia experiencia. La confianza nos da la certeza de que podemos adaptarnos y aprender a medida que avanzamos. La esperanza es la chispa flexible que nos impulsa a seguir adelante.